El pasado 1 de marzo, martes, el Metropolitan Opera House, ubicado en el Lincoln Center de Nueva York, estaba abarrotado de público que se disponía a asistir a la representación de la ópera Don Carlo, de Giuseppe Verdi. Pero sucedió algo no previsto. Antes de que sonasen las trompas de caza con que comienza el primer acto salió al escenario, sobre fondo oscuro, el coro del MET, todos vestidos ya para la función: a la moda española del siglo XVI, que es la época en que tiene lugar Don Carlo. Cada uno llevaba una carpeta con partituras, algo muy raro en una representación de ópera. Una voz pidió un minuto de silencio por Ucrania. Así se hizo.
Pero después, a una señal del director de orquesta, el canadiense Yannick Nézet-Séguin, la orquesta y el coro del Metropolitan comenzaron a interpretar una bellísima, emocionante versión de la pieza Shche ne vmerla Ukrayiny (Aún no ha muerto Ucrania): el himno nacional del país ahora mismo martirizado. Las 3.800 personas que llenaban el teatro se pusieron inmediatamente en pie para escuchar una música que probablemente no habían oído en su vida. El público, emocionado, miraba a aquel casi centenar de hombres y mujeres que cantaban leyendo sus partituras.
Todos menos uno. En el centro del coro, vestido de negro, había un joven que no llevaba papel y que cantaba de memoria, con la mano puesta en el corazón. Era el barítono Vladyslav Buialskyi, de 24 años, nacido en Berdyansk, en la costa del Mar de Azov ucraniano: una de las zonas más castigadas ahora mismo por las bombas de Putin. Buialskyi no tenía que cantar en aquella función, por eso iba vestido de negro pero ‘de calle’. Él había enseñado al coro, en los días anteriores, cómo había que pronunciar correctamente la letra del himno. Al final, mientras el público reventaba en aplausos, Buialskyi salió del escenario con los ojos…